sábado, 6 de octubre de 2012

Madres e hijos en problemas





Hay momentos en que la relación con nuestros hijos fluye como un arroyo idílico y otros en que pareciera que se salió el tapón del fondo y nos encontramos girando como locos, ellos y nosotras, camino del desagüe. La situación es, como mínimo, incómoda, cuando no desesperante. Manoteamos, pataleamos y nos debatimos, sintiéndonos inútiles, incompetentes y culpables. Al alcance de la mano hay una tabla de madera con una leyenda pintada en letras fluorescentes: “Lo que una buena madre debería hacer”. Parece sólida, y nos aferramos a ella suponiendo que es la única manera de salir. Con alivio comprobamos que funciona, y por esta vez, zafamos.
¿Qué pasa cuando volvemos a caer en otro remolino? ¿O si nos caemos en el mismo, pero las aguas están más revueltas y giran a un ritmo de vértigo? Pasó el tiempo, los hijos crecieron, el río ya no es como era, y sin embargo nos empeñamos en usar la misma tabla. A veces funciona. A veces, no. Puede ser que la madera esté podrida o que los clavos que la sujetan a la salvación se hayan oxidado, pero no nos damos cuenta. También puede ocurrir que algún hijo no quiera usar esa vía de escape: ahora es un adolescente con ideas propias y quiere ponerlas a prueba.
Aunque es evidente que la tabla ya no brinda la misma seguridad de antaño, o que va a ser sumamente trabajoso forzar a ese hijo para que trepe por ella, el brillo hipnótico de las palabras nos obliga a pensar que esa tabla es la única manera de salir del problema. Y nos aferramos a ella con uñas y dientes. Tan concentradas estamos en el esfuerzo que no vemos que esta vez, desde el borde mismo del problema, cuelgan sogas, lianas y hasta una escalera; que esta vez puede haber alguien en tierra firme que escuche nuestro pedido de ayuda, o que esta vez ese hijo trae un tanque de oxígeno que le permitiría llegar hasta el fondo y poner el tapón en su lugar... si lo dejáramos hacerlo. Nada de nada, no vemos ninguna alternativa. Seguimos insistiendo, haciendo más de lo mismo.
Eso que deberíamos hacer, eso que suponemos que es lo único válido y que nos esforzamos cada vez más en cumplir aunque no sirva de nada o empeore la situación, nos viene dictado por un modelo de madre que hoy por hoy también está oxidado pero no ha perdido su vigencia. Aunque no seamos conscientes de su peso y su presencia, las certezas que tenemos sobre lo que es ser una buena o una mala madre rigen lo que pensamos y sentimos sobre nosotras mismas, nuestros hijos y la relación, condicionan nuestras decisiones y nuestra manera de actuar y pueden dejarnos a todos dando vueltas en un remolino sin fin. 

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