El segundo mito de la madre santa afirma que una madre debe ser capaz de dar sin esperar nada a cambio, de proteger, de comprender y de nutrir a los hijos incondicionalmente. Y es entendible, porque eso es lo que hacemos las madres… a veces.
A veces, no siempre, nos sentimos plenas por el
sólo hecho de haber parido; a veces, no siempre, disfrutamos de estar con los
niños; a veces, no siempre, damos prioridad a las necesidades de nuestros hijos
por sobre las nuestras; a veces tenemos el timing justo para estar
cuando nos necesitan y meternos tras bambalinas cuando necesitan usar sus alas;
a veces podemos responder tranquilas a las rabietas y ser comprensivas… pero no
siempre.
Seamos sinceras: por más
que amemos a nuestros hijos y nos preocupe su bienestar, a menudo la maternidad
no resulta el fascinante cuento de hadas que la publicidad y los manuales se
esfuerzan por vendernos. Nos frustra la interminable cantidad de tareas que
debemos hacer por los hijos, los límites que ponen a nuestra libertad, lo
difícil que resulta a veces disponer del tiempo y la energía para nosotras
mismas. Entonces nos enojamos y decimos y hacemos cosas de las que más tarde nos
arrepentimos.
Lo cierto es que nadie
puede ser abnegada siempre, estar todo el tiempo de buen humor, tener todas las
respuestas, sentirse siempre segura al tomar una decisión que pueda afectar el
futuro de los hijos.
El paradigma actual de la
“buena madre” es una generalización que recorta la experiencia concreta de la
maternidad de cada mujer, negando y escondiendo el abanico de pensamientos,
emociones y acciones que no se ajustan a la definición monocromática de lo que
es ser una “buena” o una “mala” madre. La prensa y la televisión refuerzan la
polaridad cultural contraponiendo las figuras de la madre ideal –abnegada,
paciente, radiante, siempre dispuesta – con la versión actualizada de las
madrastras de los cuentos de hadas, mujeres narcisistas, centradas en sí
mismas, capaces de abandonar y maltratar a los hijos.
En el desfile de madres
famosas encontramos los dos modelos. Por cada Angelina Jolie, la “chica
terrible” convertida en un ejemplo de amor y dedicación hacia sus hijos
biológicos y adoptados, hay una Britney Spears que pierde la custodia de sus
bebés debido a sus problemas con el alcohol y las drogas. Las “malas madres” de
los medios cumplen una doble función altamente contradictoria: por un lado,
sirven para que las mujeres nos tranquilicemos: comparadas con ellas, no nos
sentimos tan desastrosas. Pero, por otra parte, refuerzan el ideal, ya que nos
advierten de los peligros físicos y psicológicos a los que están expuestos los
hijos de aquellas que, por un motivo o por otro, no pueden cumplir con los
estándares de perfección que se exigen.
El mito del amor y la
entrega incondicional nos lleva a medirnos con un modelo deshumanizado del rol
de madre que nos genera sentimiento de culpa si no sentimos el gozo eterno y la
satisfacción de todo lo que necesitamos por el mero hecho de ser madres.
Me gustó mucho esta entrada. Creo que muchas se pueden identificar con esto, ya que siempre ha habido una especie de tabú con la realización personal de una mujer siendo madre, la sociedad nos ha presentado un prospecto de la madre perfecta como una que debe pensar en sus hijos antes que en ella y en ser madre antes que mujer, por lo que eso crea un sentimiento de culpa cuando en una de las pocas ocasiones apuestas por un interés personal antes que un interés de madre y te juzga no sólo terceras personas sino tu misma, por este estereotipo absurdo que no encaja con nuestra actualidad, ni con la verdad de que una madre también es una mujer y una mujer es una persona.
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