Que seamos madres perfectamente imperfectas
quiere decir que muchas veces somos amantísimas y equilibradas y otras veces…
no tanto. Que a menudo podemos ayudar a nuestros hijos a enfrentar sus
dificultades y otras veces…,bueno, otras veces hacemos y decimos cosas que embarran más de lo que limpian. Y ahí es cuando aparecen los sentimientos de culpa.
¿Quién
no se ha sentido alguna vez una bruja, un monstruo, una madrastra de cuento,
una Cruella de Vil? ¿Con qué frecuencia? ¿Una vez al mes? ¿Una vez al día? ¿A
cada rato?
Cada vez que nos equivocamos, cada vez que los chicos tienen problemas que se resisten a resolverse, la vocecita
insidiosa de la culpa nos taladra el cerebro. Nos llenamos de dudas y
reproches, nos castigamos, nos enojamos con nosotras mismas. Debería ser más paciente, tendría que ser más estricta, más permisiva, menos gritona… Nos
decepciona reconocer que no somos las madres que deberíamos ser. Por carácter transitivo, al rato nos enojamos con nuestros
hijos, o algo de lo que son o de lo que no son, de lo
que hacen o dejan de hacer, nos decepciona. "Ellos" son los que nos irritan, nos vuelven locas, no
nos entienden, nos lastiman. Nos declaramos víctimas y nos preguntamos por qué otras tienen la suerte de tener hijos perfectos y a nosotras nos tocó esto en el reparto. Es que así como tenemos expectativas irreales sobre lo que
deben ser las buenas madres también idealizamos lo que deberían ser y hacer los
hijos.
Tres segundos más
tarde, la culpa que echamos por la puerta vuelve a entrar por la ventana: ¿Cómo voy a pensar así de mi hijo? ¿Cómo puedo
tener sentimientos tan feos? Inevitablemente llegamos al signo de pregunta
más temido: ¿Seré una mala madre?
Entonces, para
reparar lo que presumimos como una falta, volvemos a la acción y nos esforzamos
todavía más: si ya éramos estrictas, ponemos más límites; si ya éramos
exigentes, demandamos más; si ya teníamos la tendencia a malcriarlos, los
consentimos más. O sea: hacemos más de
lo mismo.
Mientras tanto, los
chicos bailan con nosotras este tango de acción y reacción. Cuanto más nos
esforzamos, más conseguimos lo opuesto de lo que nos proponíamos. Ellos se
enojan más, reclaman más, nos echan más culpas, nos ignoran, se encierran, nos
tratan de locas. El juego va escalando: entre trucos, retrucos y vale cuatros
el problema se vuelve cada vez más gordo. Algunas veces ganan ellos, otras
nosotras. Pero en la cuenta final no gana nadie y perdemos todos.
Seguramente la lectura de este blog no resuelva las dificultades que
implica ser madre hoy. Nada más lejos de nuestra intención que ofrecerles otro
manual pretencioso que les diga lo que tienen que hacer y las guíe hacia la
luz. Sabemos lo difícil que resulta criar y educar a los hijos, y lo complicado
que a veces puede ser encontrar un criterio apropiado para ayudarlos a crecer y
comunicarse con ellos. Por eso aquí no van a encontrar consejos ni recetas para
convertirse en madres perfectas. Nos parece mucho más interesante plantear
preguntas que nos ayuden a pensar los problemas desde un lugar donde podemos resolverlos. Les deseamos que cada una pueda disfrutar sin culpa de su propia y perfectamente imperfecta manera de ser madre.
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